Es deleitoso para mi persona ver cómo existe un pueblo tan apegado a sus dignas y hermosas tradiciones como es el pueblo valenciano con sus Fallas. He tenido oportunidad de vivir varias de ellas y me sigue maravillando y emocionando las muestras de patriotismo que presentan los valencianos.
En primer lugar, el empeño que ponen en que se respeten sus cotos. No tienen inconveniente en vallar sus calles para poder realizar sus actividades de plantaje de monumentos, bailes tradicionales y fiestas típicas llenas de música, bebida y diversión, sin miramientos de los tiquismiquis que se quejan de no poder pasar con comodidad. Y nada de esos asquerosos urinarios portátiles, se sigue la tradición de toda la vida de orinar en una esquina para comentar con los compañeros de micción las jugadas más interesantes de la fiesta.
Digna de elogio es su pasión por la pólvora y la explosión, siempre como machotes jugándose el tipo ante el riesgo de que los petardos suponen, descargando adrenalina en cada intento de lanzar el más potente. Tradición que se inculca a sus retoños desde bien pequeños, los cuales corretean traviesos lanzando las pequeñas bombas a los trauseuntes desprevenidos. También hay que mencionar a esos cachondos adultos que van lanzando los masclets más gordos y los borrachos luminosos en medio de la multitud que se agolpa en los espectáculos, mantenedores de la tradición del campechanismo español.
Después, la fina ironía que destilan sus monumentos, siempre tan ácidos con el poder reinante, pero más aún en la etapa actual de gobierno judeo-masónico. Y siempre empleando el dialecto nativo, el valenciano que no se deja invadir por las ambiciones pancatalanistas de sus vecinos del norte, malhallados sean. Patriotismo que se exacerba cuando finalizan sus juergas con el himno valenciano, el que reconoce que son vasallos de la sacrosanta unidad española. Lo mismo les da gastarse millones en un trabajo que debe desaparecer a los pocos días, pues la tradición lo justifica y ensalza. Aquellos que se quejan de que ese dinero debería estar destinado a inversiones públicas no son mas que promotores del comunismo homosexual y deberían ser calcinados junto a los monumentos.
Lo más emotivo es ver cómo hacen el ofrecimiento a la Mare de Deu, esa ofrenda de flores por la que las falleras se pasan, enfundadas en sus hermosos vestidos, horas y horas de caminatas por la gran devoción que sienten por nuestra querida virgen. Eso es ser cristiano católico de verdad, y no como esos progres ácratas que van colaborando en ONGs. ¡Qué guapas van las falleras siempre! Qué lindos son sus peinados y sus recatados vestidos, cubiertos de oro y terciopelo y ensalzando a la mujer tradicional de anchas caderas de frecuente maternidad. No como esas pro-abortistas que nos llevarán a extinguir la raza.