Cuando mis editores del New York Globe me propusieron escribir un perfil de un joven escritor al que apodaban “el Stephen King español” no pude por menos de sentir cierta inquietud ante la ligereza con la que se expedían estos títulos tan atractivos para las editoriales. Mi resquemor fue en aumento en los días siguientes.
En lugar de tomar un vuelo directo para entrevistarme con el escritor, como he hecho en numerosas ocasiones, empecé una laboriosa investigación acerca de su persona y obra. Esta investigación se vio entorpecida por circunstancias personales (en concreto, una visita al veterinario por unas molestias de mi gato que no viene al caso contar ahora) pero que resultaron providenciales, ya que cuando la retomé me encontré de bruces con algo mucho mejor de lo esperado: Una convención mundial de stephenkings en Benidorm.
El lector lo habrá adivinado… Varias editoriales habían lanzado el evento literario del siglo; reunir en una convención a todos los stephenking que conocían. Excepto al auténtico Stephen King, por supuesto.
Así fue como mi stephenking español fue presentado como el stephenking de Valladolid. En efecto, no era el único stephenking español censado por las editoriales, lo cual le había provocado cierta indignación, como él mismo me confesó. Para más inri lo sentaron entre el stephenking de Mota del Cuervo y el stephenking lituano, que si bien no le iba a hacer tanta sombra porque no era español resultaba tener un problema de obesidad y ocupaba dos asientos.
Raimundo Larrea, el stephenking español de Valladolid, era un hombre de trato difícil. Llevaba varios años rodeado de gente que le aplaudía todas las tonterías que escribía, que cada vez eran mayores. Creo que en su fuero interno deseaba rizar el rizo hasta que alguien perdiera los estribos y se atreviera a decir que el emperador estaba desnudo, que descubriera que era un farsante sin talento y le liberase de seguir representando el papel de stephenking a perpetuidad. Su última novela, de 800 páginas, giraba en torno a una lluvia de sangre que dejaba charcos, y de los charcos salían vampiros. Semejante imbecilidad no había recibido ni una sola crítica negativa dentro de España.
Pero gracias a que la convención era internacional pude apreciar las risas del stephenking paraguayo cuando le contaron el argumento. Durante una charla, también el stephenking mendocino y el bonaerense se rieron de él abiertamente (en efecto, para mi alarma había al menos dos stephenking argentinos).
No pude por menos de notar que la mayoría de las novelas y relatos cortos que presentaban estos autores transcurrían en Estados Unidos y seguían esquemas similares a los de una película de serie B. O todos ellos deseaban escribir guiones de cine, o su cultura literaria era nula y buscaban inspiración en el cine. También me llamó la atención que no hubiesen invitado a escritoras. Supongo que a las mujeres no se les puede poner la etiqueta de stephenking. Al menos eso salen ganando.
El público asistente lo pasó en grande, todo hay que decirlo, pero las editoriales no vendieron los ejemplares que se habían propuesto como objetivo. En mi última conversación con Raimundo, este me contó que su próxima novela iba a tratar sobre una convención de escritores durante la cual sucede una epidemia de zombis en el exterior. Yo le dije que me parecía una idea muy original. Después me maldije a mi mismo por no haber sido más sincero, y de paso haberle golpeado hasta dejarlo inconsciente.
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