domingo, 11 de octubre de 2009

Moros contra Costa

Me permito la licencia de tergiversar la popular frase de nuestro hermoso castellano, porque la ocasión lo merece. Los masones de los jueces de este país no han hecho más que perseguir a políticos dignos durante todo este maligno periodo democrático, atacando al partido que defiende algunos (por desgracia no todos) de los ideales de la gente de bien, como los pérfidos sarracenos atacaban a los caballeros cristianos o atacaron la capital de nuestro Imperio aquél fatídico 11 de marzo (con la ayuda de los rebeldes vascos, eso sí). Ahora esos moros de mierda que ocupan la judicatura atacan a nuestro buque insignia y a uno de sus más valerosos capitanes, don Ricardo Costa.

Todo ello por la trama urdida contra un buen sector del Partido Popular (al inepto de Mariano y sus acólitos parece que los toleran) por parte de gobierno, su marioneta el fiscal general y todos los vendidos de los jueces. Caso Gürtel, lo llaman. Sus cojones. Como si financiar un movimiento político de tan loables fines tuviera que justificarse. Si hay que sacar dinero para decir las cosas como son y expulsar a los rojos del poder de este país, se utiliza cualquier medio a nuestra disposición. El fin en este caso justifica plenamente los medios.

En nuestra Comunidad Valenciana teníamos en don Ricardo a un líder cabal, digno sucesor de don Paco en los próximos años (aunque quizás debiera haberse encaramado antes al máximo poder, aún a costa de pisotear a su mentor). Total, por cuatro pecadillos veniales que ha tenido el hombre con unos pequeños caprichos, que ahora lo va a expulsar momentáneamente (y esperemos que fugazmente) de su cargo en el partido. Que tener un cochazo como Dios manda no es ningún hecho grave para la gente de nuestra alcurnia y poder adquisitivo. Encima que conseguimos con ello fomentar la producción automovilística, así nos lo premian los masones gobernantes. Y tener un reloj que dé las horas como toca es necesario para cumplir con puntualidad y presteza las funciones públicas que se tienen encomendadas.

En definitiva, la infamia se sitúa sobre las personas más respetables de este país. Así nos va.

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